Escrito por: Joaquín Toledo, especialista en historia del mundo, historia antigua y con amplia experiencia en investigaciones sobre conflictos bélicos.
Desde
Roma, llegaban órdenes que obligaban a nombrar al Sumo Sacerdote de su
preferencia e incluso, cuando reinaba el más degenerado de la gens
julia, Calígula, la disposición sobre que en el templo sagrado, se
colocara el busto del emperador.
Este tipo de intromisiones (la de Calígula no se concretó por su
asesinato en el 41 a.C) colmaron la paciencia judía. Hartos del
antipático yugo romano, no tardaron en aparecer facciones y
organizaciones radicales que secretamente, planeaban la caída del
opresor.
La muerte de uno de sus últimos grandes reyes, Herodes el
Grande, marcó el inicio de acciones de los zelotes, un movimiento
político nacionalista fundado por Judas el Galileo poco después de nacer
Jesús. Ansiosos por la independencia, los zelotes (los que guardan el
celo por las tradiciones) maquinaban un plan para alejar la presencia
extranjera. Pero la rebelión iniciaría en realidad de otra manera,
quizás inesperadamente hasta para los mismos judíos.
La resistencia judía
El año 66 a.C, la indignación de los judíos, estaba al rojo vivo. A
inicios de ese año, en la ciudad de Cesarea (a mitad de camino entre Tel
Aviv y Haifa) donde vivían los procuradores romanos, se iniciaron una
serie de disputas religiosas y territoriales entre griegos y judíos.
Impedidos de hacer justicia, muy pronto supieron los segundos que los
únicos beneficiados serían sus vecinos occidentales. De lo que empezó
como solamente discusiones, terminó con lamentables efusiones de sangre.
Los griegos iniciaron una auténtica matanza en el barrio judío sin que
las legiones romanas, sospechosamente, intervinieran. La pronta
desconfianza sobre que los procuradores estaban detrás de los asesinatos
se apoderó de la ciudad.
La ciudad pronto se vio envuelta en un fatídico listado de
desórdenes, aumentados o azuzados por las denuncias del hijo del Supremo
Sacerdote Eleazar ben Ananías, que clamaba por el asesinato de las
guarniciones romana en el país. Como una hoguera avivada por nuevas
brasas, el caos se internó. Los fieles se apostaron cerca del Templo,
los griegos fueron buscados y en algunos casos asesinados, se
destruyeron las esculturas helenas y las casas de los civiles romanos
fueron incendiadas. Cestio Galo, legado romano en Siria, fue notificado
de los sucesos y desde Roma le fue ordenada la aniquilación de los
rebeldes. Lo peor estaba por comenzar.
La resistencia judía, comandada por los zelotes, obtuvo sorprendentes
éxitos iniciales. No sólo expulsaron toda presencia romana de
Jerusalén, sino que también rechazaron los contingentes enemigos
enviados para socorrer a la zona.
La caída de Jerusalén
Después de varios intentos fallidos de escalar o destruir por sorpresa
las murallas de la fortaleza, los romanos, una madrugada de verano del
70 a.C, finalmente sorprenden a gran parte de los guardias zelotes
durmiendo. Los judíos, repuestos del asombro, se defendieron con
denuedo. Costó muchísimo a los romanos que cedan posiciones pero su
mayor número y oficio lograron la ventaja. A la par que la lucha cuerpo a
cuerpo, también las armas de asedio consiguieron abrir un forado en las
paredes contiguas lo que permitió un mayor avance hacia el templo
principal, donde se encontraban los líderes zelotes. De repente, algún
soldado romano lanzó una antorcha hacia el lado occidental del Templo,
iniciándose un gran incendio. Los judíos estaban fuera de sí. Con mayor
celo y coraje lucharon, las bajas romanos fueron miles, pero ya casi al
amanecer, el objetivo estaba casi alcanzado. Tito, que no quería
destruir el templo, no pudo impedir que sus objetos de valor fueran
destruidos o incinerados.
La contemplación del incendio llevó al paroxismo a los guerreros
judíos sobrevivientes. Sin importar la edad, la desolación cogió a todos
por igual y debilitados, muchos optaron por el suicidio. Los lamentos
retumbaron aún más cuando hasta la última entrada del templo, fue
salpicada por las llamas. Entonces, ya con la ciudad perdida, varios
escaparon a través de túneles subterráneos mientras que otros hicieron
un último foco de resistencia en la Ciudad Alta. Esta defensa
desesperada, si bien logró detener por momentos el avance romano, fue
inútil. La matanza de los sobrevivientes fue terrorífica. El 7 de
septiembre la ciudad había sido tomada finalmente. Se calcula que sólo
en la ciudad, perecieron casi un millón de judíos, y se vendieron como
esclavos, más de 50,000 judíos.
Los últimos episodios de la resistencia se llevaron a cabo en
ciudades alrededor de Jerusalén, siendo la más importante, la ocurrida
en Masada.
Las legiones de Tito, y el nuevo gobernador de Judea, Lucio
Flavio Silva, situaron la ciudad que cayó en apenas días. Cuenta Flavio
Josefo que cuando los romanos entraron a la ciudad en el 73 d.C,
descubrieron que 953 defensores, bajo el liderazgo del líder Eleazar ben
Yair, habían preferido suicidarse en masa antes que rendirse. Con la
consecución de este acto tan macabro, la revolución judía llegaba a su
fin.
La destrucción de Jerusalén y el reinado pagano de los romanos
instaron a los supervivientes judíos principalmente a emigrar, iniciando
así la famosa Diáspora.
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